Torpes, por Pep Marín

Torpes

Les tengo envidia sana a las personas denominadas “manitas limpias”. No nos confundamos por Dios, me refiero a las personas que poseen una finura y una seguridad y una serenidad en la labor que las hacen dignas de admiración; esas personas que hacen un trabajo reflexivo inicial y luego ejecutan lo ideado con una limpieza y destreza que da gusto verlas. No se manchan nunca, o casi nunca, y te quedas obnubilado viéndoles hacer la faena como quien ve caer lentamente una pluma de oca a la copa de un bonsái. Ojo, envidia sana a las manitas humanistas, no a las manitas dictadoras y desagradecidas, esas que te hunden en la miseria de los trabajos manuales, y además disfrutan haciéndote sufrir; a esos y esas que les den por el mismísimo culo y que les vomite un dragón en la cabeza.

Otras personas, como yo, da igual que midan 200 veces por arriba, por abajo, por un lado, por otro, marques el punto y otro punto más que el cuadro queda tan torcido que si te quedas mirando mucho tiempo tienes asegurada una buena tortícolis; y ni que decir tiene que a la hora de taladrar en la pared se me ha ido la máquina de tanta fuerza que me he visto casi dos siglos atrás del pedazo agujero que he hecho, un túnel del tiempo. ¿Y esto por qué? ¿Esto es innato? ¿Algo psicológico? ¿La infancia y los refuerzos positivos? ¿El malestar de la cultura? Pregunto. Pues está claro que sólo con la voluntad no se llega, y por mucho ímpetu al final te sobran tornillos cuando antes estaban justos, o te has quedado con la mitad de la tapa del váter en la mano, rota,  y por mucha atención y cuidado acabas la faena hasta arriba de mierda que parece que vienes de una mina de carbón o de una montaña de harina; eso no les pasa a los y las manitas limpias; me cago en la leche frita.

Supongo que la evolución de la especie ya se encarga casi por arte de magia de dictar contrapesos o clasificaciones humanas  y hacer distinciones, ya que si todos y todas fuéramos unas y unos manitas limpias esto acabaría a la larga en anarquía, y las estrellas y la luna no quieren eso y nunca lo han querido con la suficiente fuerza. Muy peligrosa la anarquía, peligrosísima, enseguida hay un vecino o vecina que te denuncia por ser autosuficiente; y ya si arrastras a mas humanidad a la senda de la autosuficiencia, a la enseñanza de la misma y a la solidaridad y redistribución equitativa de lo producido, justo y necesario, entonces pon tu cabeza bajo tierra que vienen con las escopetas de cartuchos recortaos los “americanos”. Pero esto ya es envidia insana, cosa muy mala, veneno.

Lo bueno es que torpes (no encuentro la palabra adecuada para definirlo) y manitas nos necesitamos, creo, o no sé si lo digo para animarme y mirar al futuro como si siempre fuera Navidad. Aunque sólo sea para la clasificación de la especie, permítanmelo, no con la misma intensidad de necesidad entre unos y otros, entre torpes y manitas; el manitas no necesita arrimarse a un buen árbol para que buena sombra le cobije. Y si lo hace, a la larga entra en competencia con otro/a manitas y empiezan las guerras de egos que pueden acabar como el rosario de la aurora.

Mira sino ese muchacho que trabaja en un conocido supermercado de Cieza, por ejemplo, se está haciendo él solito los acondicionamientos de su casa de campo. ¿Estaremos ante un Leonardo da Vinci albañil-marmolero en potencia?

Ahora bien, ¿dónde va una/o buena/o manitas sin un/a torpe a su lado? Yo reivindico la figura de los/as torpes en general. De los/las segundones/as, de los/as figurantes, de los/as que no damos ni una, de los/as que tiran una piedra hacia arriba, pero lejos, y luego tienen que moverse porque si no les vuelve a caer en la cabeza. Está claro que no vamos a pasar a la historia por un magistral cambio de aceite de coche o por un cambio de rueda, pero tampoco nos importa. Apenas dormimos pensando que mañana tenemos faena con todo un señor o señora manitas. Estamos allí, en la obra, en donde hay que estar, en el fregado, donde se corta el bacalao, en el frente de maniobras, en el andamio, antes de que llegue nadie. Preparamos café silbando aquella musiquilla del puente sobre el río Kuai. Llevamos tortas de pan dormido para un dulce despertar. Vamos siempre con buena cara sonriendo por la vida. ¿Qué se ha caído la caja de alcayatas al río? Nos tiramos a cogerla con él móvil y un billete de 500 euros encima si hace falta. Estamos ahí para agradar a la figura del maestro, darle calor, conversación risueña obedecer estilo taquicárdico: voy, voy, ¿dónde estará esto?

Y no ves lo que te han pedido, porque vas ciego/a por agradar, porque vas a no salirte de la partitura de la música subliminal de este día genial porque te ha llamado Aurora para que le ayudes a limpiar y organizar bien los patios y darle un repaso a los canalones del tejado y lo que se tercie. no hay miedo; vas como si fuera la final de los 100 metros lisos en tu Olimpiada imposible, un sabueso sin olfato a lo loco.

Pero no queremos demostrar nada, es todo cuestión de agradar, un agradar neutro, ya sabemos lo que somos y lo abrazamos con alegría o eso deberíamos hacer; sabemos  como nos late el corazón y la cara de mosquito que se nos pone ante una misión a pecho descubierto: un enlucido.

¿Tú no abrazas tu torpeza? No es para tanto equivocarte de azulejos, ni pinchar una tubería, ni que te tiemblen las piernas cuando subes a un tejado y que se venga el tejado  abajo. Ser y estar es lo que cuenta. Intenta hacerlo un poco mejor, sí, con más atención, pero que sepas que no vas a llegar a la cumbre de los manitas, eso es un intento baldío que acabará pisoteando tu salud mental y desregulando tu química cerebral de tanto añorar ser quién no eres; sólo haz camino sin buscar horizontes tan lejanos, pues ya sabes que no, que esa clase de destreza  no te aguarda. Así que dale un besito a lo que eres, dignifica lo eres, no te vuelvas loco pensando: ¡ay, dios mío!, cuándo me toca a mí; pues ya te ha tocado.

Ahora mira tú camisa, ¿a qué has pintado de verde la pared a rodillo?